Encontramos en el famoso cuento de Carlo Callodi, Pinocho, un momento muy tierno del niño de madera que vuelve, ya convertido en niño humano, a su casa a lomos de un Bacalao, y acompañado de su anciano padre Gepetto:
-¿Pesamos mucho? - le preguntó Pinocho. -¡Hombre! ¡Absolutamente nada! ¡Me parece llevar encima dos conchas de almeja! - respondió el complaciente bacalao.
Al llegar a la orilla saltó Pinocho el primero, y ayudó a su papá a hacer lo mismo. Después. dirigiéndose al bacalao, le dijo con voz conmovida: -¡Amigo mío, has salvado a mi padre, y mi agradecimiento es tan inmenso, que no puede expresarse con palabras! ¡No te olvidaré nunca, porque los ingratos son los más despreciables de los hombres! Ahora permíteme que te de un beso en señal de eterna gratitud.
El bacalao sacó la cabeza del agua, y Pinocho se acercó y le dio un cariñoso beso en la boca. Ante esta expresiva muestra de afecto, a la que no estaba acostumbrado, el pobre bacalao se conmovió de tal manera, que, avergonzándose de que se le viera llorar como un chiquillo, metió la cabeza en el agua y desapareció.